jueves, 28 de abril de 2016

el mito del feminismo

< Pero la criatura cortó rápidamente los lazos de afecto que tenía para con su progenitor. Y llegó Friedrich Engels, el socio de Karl Marx, para explicar que “el hombre es el burgués y la mujer el proletariado”, subordinando la lucha femenina a los intereses de la lucha de clases. Cuando la propiedad privada hubiera sido eliminada —afirmaba el marxismo ortodoxo— las condiciones de opresión de la mujer desaparecerían casi por arte de magia. Se inició así un romance entre la izquierda y el feminismo que —aunque hoy depurado de materialismos reduccionistas— nos acompaña hasta nuestros días. Es fácil advertir, en efecto, que el feminismo se ha hecho cargo en gran medida de la lucha anticapitalista que la clase obrera, con el mejoramiento de sus condiciones de vida, fue abandonando. Hebert Marcuse, referente de la Escuela de Frankfurt, ya había llamado hace varias décadas a construir un “feminismo socialista”. Más acá en el tiempo, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe escribieron en Hegemonía y estrategia socialista sobre la necesidad que la izquierda tiene de “hegemonizar” las demandas feministas como parte de su estrategia “post-marxista”. Basta hoy con recorrer los sitios en Internet de los principales grupos feministas del país como del mundo. En todos ellos se advierte un discurso estructurado por la idea de que el capitalismo está en la raíz de la “opresión de la mujer”. ¿Pero esto es realmente así? Hubo un tiempo en el que el poder derivaba fundamentalmente de la fuerza física. La opresión de la mujer, por las condiciones naturales de su cuerpo, debió haber sido terrible en esos momentos de nuestra especie. Tratada como esclava y como objeto sexual, la autonomía le estaba completamente negada. La poligamia era la regla. Ella podía ser obtenida por el macho por concesión, prescripción, rapto, compra o intercambio, daba igual. En muchos de los llamados “pueblos originarios”, paradójicamente idolatrados por la misma izquierda que se dice feminista, la mujer era el objeto preferido de sacrificio a los dioses, como entre los Aztecas. Es posible —y puede ir incluso de la mano con las teorías de Engels— que la propiedad privada nos haya liberado de la poligamia en primer término. Las exigencias de la propiedad privada y la acumulación de capital han sido en el ser humano un factor fundamental para arremeter contra este esquema relacional. Las mujeres y sus padres —especialmente de estratos materialmente elevados—, celosos de cuidar los propios bienes familiares en los sistemas conyugales —que eran traspasados al marido por regla general—, empezaron a presionar en el sentido de la monogamia, para así evitar que lo propio terminara distribuido y fragmentado entre otras muchas eventuales mujeres que el hombre pudiera tomar. Ya en el mundo medieval vemos fuerzas similares. Es el esquema de propiedad feudal y el primitivo cálculo capitalista que de él deriva, el que dio cabida a nuevos espacios de poder y protagonismo a las mujeres (de la nobleza, claro). En efecto, la lógica de acumulación se enfrentó en muchos casos, bajo esquemas de herencia reservada a los hijos varones, a la posibilidad de perderlo todo si una familia sólo había engendrado mujeres. Así fue que la herencia, por necesidades materiales dadas por el sistema de propiedad vigente, se fue extendiendo en algunos casos a herederas femeninas (verbigracia: Cristina de Suecia). El capitalismo es un sistema que queda definido por la centralidad de la propiedad privada y la libertad económica, tal lo resume Milton Friedman en Capitalismo y libertad. Aquí la institución del contrato se vuelve más necesaria que bajo otros sistemas anteriores. Y puestos así al margen de las relaciones basadas en la fuerza física, el capitalismo introduce en la sociedad lo que podríamos llamar la “lógica de mercado”, basada en la posibilidad de beneficiarse sirviendo a los demás. Si la fuerza física ha de estar eliminada de mis posibilidades, la forma de obtener algo que deseo ya no es dando con un garrotazo en la cabeza del otro, sino ofreciendo algo a cambio que la otra parte desee en mayor medida respecto de lo que se desprende. De ahí que los grandes nombres de la historia, con el capitalismo, hayan pasado de ser reyes, guerreros y tiranos, a inventores, científicos y empresarios. Con el asentamiento progresivo de esta lógica, la mujer fue encontrando mayores espacios en la vida social. En efecto, el mercado es ciego —debe ser ciego para lograr eficiencia— a datos no-económicos como la raza, la religión, la etnia y, por supuesto, el sexo. No va de la mano de la lógica del mercado pagar más por un bien simplemente porque quien lo ofrece sea hombre, en detrimento del mismo bien ofrecido más barato por una mujer. En el mercado, cualquier empresa que sea lo bastante estúpida como para prescindir de mujeres cualificadas o para pagar en exceso a hombres no cualificados vería más rápido que tarde hundirse en el negocio, y ser desplazada por otra empresa que no discrimine en función del sexo. De la propia lógica de mercado puede entenderse por qué las sociedades han tenido un antes y un después con la introducción del capitalismo en todos los aspectos materiales de la vida. La Revolución Industrial fue hija de esta nueva forma de organizarnos y pensarnos. Y así, los inmensos avances tecnológicos que desde la consolidación del capitalismo hasta nuestros días la humanidad ha vivido son fundamentalmente productos de esta lógica. Sería absurdo ignorar el hecho de que la tecnología ha ayudado a liberar a la mujer en muchos sentidos. En primer término, compensó la debilidad física de aquélla. Lo que antes eran trabajos reservados exclusivamente al hombre por razones físicas, como la construcción, gracias a las cada vez más avanzadas maquinarias se abrió —y se sigue abriendo— al mundo femenino, pues la tecnología reduce la necesidad física en el trabajo y, además, crea nuevos tipos de trabajo todo el tiempo y a toda escala. Pero la tecnología no sólo ayuda a la mujer en lo que hace a su relevancia social y laboral, sino que todo tipo de avances, pequeños y grandes, que desde los inicios del capitalismo hasta nuestros días se han experimentado, han contribuido también a hacer de su vida cotidiana una vida mucho mejor. El agua potable, la higiene y la medicina moderna nos ayudaron a bajar sustantivamente la mortalidad infantil y, así, se redujo el trabajo empleado a la salubridad y cuidado de los hijos. Las bondades de la maquinaria, asimismo, fueron cambiando el lugar de la propia prole: antes concebida como un factor elemental de la producción, ahora las mujeres pueden traer hijos al mundo bajo otros criterios bien distintos. Los biberones y la leche de vaca pasteurizada primero, y poco más tarde la leche en polvo, los extractores de leche materna y los congeladores, redujeron con mucho la carga que la madre tenía respecto de la alimentación de su bebé. La producción industrial de alimentos, de ropa y artículos para el hogar hicieron que comprarlos resultara más barato que producirlos artesanalmente, y así se redujo increíblemente las tareas domésticas de las mujeres; los electrodomésticos terminaron de liberar a la mujer de lo que poco tiempo atrás, habían sido grandes cargas laborales domésticas. Pero esta realidad —y esto es todavía más importante— también contribuyó a relajar los duros esquemas de división del trabajo de otrora, en los que el hombre, por su trabajo fuera del hogar, no le competía hacer prácticamente nada dentro de él. Hoy la cocina, por ejemplo, es también un espacio masculino —basta ver programas y publicidades relativas a la gastronomía—; y de ninguna manera el hombre se encuentra eximido de la limpieza, el cuidado de los niños y otras tareas tradicionalmente femeninas. El crecimiento económico que vino de la mano del capitalismo creó asimismo las condiciones materiales para que las niñas, en lugar de ser retenidas en el hogar con tareas domésticas y trabajo no cualificado como solía ocurrir, fueran también enviadas cada vez en mayor proporción a recibir instrucción en instituciones educativas (no es casualidad que hayan sido los liberales decimonónicos los que mayormente pelearon por este derecho). Los distintos productos que en el mercado se han generado para asistir a la mujer durante sus ciclos menstruales, han logrado que esos días, que antes eran días muertos en los que la mujer debía resguardarse en el hogar, fueran cada vez más similares a cualquier otro momento del mes. La impresionante extensión de la esperanza de vida de nuestra especie, de igual manera, le asegura a la mujer que su paso por este mundo no se reducirá a la crianza de los hijos como en antaño. Los ejemplos inacabables. Actualmente sabemos gracias a los índices económicos internacionales que aquellos países donde se cuenta con mayor libertad y apertura económica —es decir, con mayores grados de capitalismo de la manera en que lo hemos definido con Friedman—, es donde la mujer puede gozar de más amplios márgenes de libertad e igualdad respecto de los hombres. Un ejemplo de esto es el Índice de Libertad Económica en el Mundo (2011) que lleva adelante el Fraser Institute. El Cato Institute ha cruzado los datos de este último con indicadores sociales relativos a las mujeres, que se desprenden del Índice de Desigualdad de Género (IDG) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2010), y ha encontrado cosas asombrosas. Entre otras, ha comprobado que la desigualdad entre hombres y mujeres es dos veces más baja en los países con una economía capitalista (0,34) que en aquellos que mantienen una economía cerrada y reprimida (0,67). Asimismo, otros indicadores nos resultan significativos: en los países económicamente más libres el 71,7% de las mujeres ha terminado la educación secundaria, mientras en los menos capitalistas sólo el 31,8% ha podido pasar por ella y finalizarla; los Parlamentos de los países económicamente más libres tienen una media de 26,8% representantes mujeres, mientras en los menos capitalistas esa representación es del 14,9%; la mortalidad maternal en los países económicamente más libres es de 3,1 por cada 100.000 nacimientos, mientras en los países menos capitalistas ese valor se encuentra en 73,1 muertes; la tasa de fecundidad de adolescentes en los países económicamente más libres es de 22,4 por cada 1.000 mujeres de entre 15 y 19 años, mientras en los países menos capitalistas encontramos 87,7 casos. La realidad parece evidenciar que el capitalismo lejos de oprimir a la mujer, la ha servido sustancialmente. Es imposible no preguntarse: ¿No estará sirviendo el actual feminismo cada vez menos a la mujer en favor de las cruzadas anticapitalistas? *En las próximas semanas Agustín Laje estará publicando su nuevo libro en coautoría con Nicolás Márquez: "El libro negro de la nueva izquierda”. - See more at: http://periodicotribuna.com.ar/17359-que-tiene-que-ver-el-capitalismo-con-la-opresion-de-la-mujer.html#sthash.2vwivWHP.dpuf

Renegacion

Verleugnung). Mecanismo psíquico por el cual todo niño se protege de la amenaza de la castración; repudia, desmiente, reniega por lo tanto de la ausencia de pene en la niña, la mujer, la madre, y cree por un tiempo en la existencia del falo materno. Elaboración dek concepto de renegación en Freud. Este concepto de renegación tomó su valor poco a poco en la obra de Freud. Pues si bien puede decirse que utiliza este término esencialmente en 1927 para designar el mecanismo en juego en las perversiones y muy particularmente en el «fetichismo», no es menos cierto que su investigación comienza mucho antes. Si bien el término Verleugnung aparece por primera vez como tal en 1925, en Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos, ya se trata de este mecanismo en textos de 1905 y 1908: «El niño rechaza la evidencia, rehusa reconocer la ausencia de pene en la madre. En su investigación de la vida sexual, el niño se ha forjado la teoría según la cual todo ser humano está como él mismo provisto de un pene; al ver las partes genitales de una hermanita, dirá: "Todavía es chiquito... cuando ella sea grande, le crecerá"». Más adelante, en La organización genital infantil (1923), Freud es todavía más explícito: «Para el niño, un solo órgano genital, el órgano masculino, juega un papel: es la primacía del falo». Los pequeños, sean nenas o varones, niegan esta falta en la madre, la mujer o la niña; arrojan un velo sobre la evidencia de lo que ven, o más bien no ven, y creen a pesar de todo ver un miembro. Hay allí una contradicción entre la percepción y la idea o la teoría que se han forjado. Hay que destacar que, en este texto, el término utilizado es negar [leugnen]; el término renegación [Verleugnung] sólo aparece como tal en la obra freudiana en 1925 (Algunas consecuencias...); concierne al rechazo de la aceptación del hecho de la castración y a la obstinación en la idea de que la mujer, en primer lugar la madre, posee un pene. Freud observa entonces: «la renegación no parece ni rara ni muy peligrosa para la vida mental del niño, pero, en el adulto, introduciría una psicosis». De este modo, durante la fase llamada «fálica», en la que, para los dos sexos, sólo el órgano masculino es tenido en cuenta, y en la que reina la ignorancia con relación a los órganos genitales femeninos, la renegación es por así decirlo normal, tanto para el pequeño como para la pequeña, cuando no se prolonga más allá de esta fase.

jueves, 14 de abril de 2016

El Escrutador de almas: Novela Psicoanalítica.

El Escrutador de almas: Novela Psicoanalítica.http://www.indepsi.cl/ferenczi/vinculaciones/groddeck/libros/alma-index.htm Inició la escritura de su novela El escrutador de almas en 1907. La fecha es importante porque confirma una vez más la originalidad de su pensamiento, que muchos años después se incorporaría y se confundiría, perdiendo su identidad, al pensamiento de su maestro, Sigmund Freud. Pero en 1907 ninguno de los dos tenía noticias del otro. En 1919, Groddeck terminó la primera parte de la novela y recurrió a su ya admirado maestro para que lo ayudara a publicarla. Freud respondió con entusiasmo a la obra y llegó a compararla con El Quijote; y además profetizó que la novela no seria del agrado de muchos: “No es fácil aceptar tantas ideas inteligentes, libres y temerarias”. Y tenía razón en su profecía y su comparación: El escrutador de almas es una obra de audacia inusitada: aunque con todas las características de una novela clásica. Las aventuras de Tomás Mundete no dejan de evocar las jornadas de Alonso Quijano, pero situándolas en el centro crítico de la modernidad, en el punto clave de nuestro tiempo: la identidad del individuo, la relación del hombre con la naturaleza, relación a la que Groddeck contribuye con hipótesis perturbadoras y deslumbrantes. El lector encontrará aquí la novela del Ello, la imaginación del sexo, los avatares del simbolismo más moderno y más conmovedor. El escrutador de almas es una obra clave en muchos sentidos: es la primera expresión de la teoría del Ello (que el mismo Groddeck desarrollaría en su Libro del Ello y que Freud utilizaría para fundamento de su revolución psicoanalítica), es una de las novelas simbólicas más extrañas del siglo XX, y es uno de los testimonios más acabados sobre la voluntad vital, sobre las contradicciones de la vida. La Internationaler Psychoanalytischer Verlag, la editorial “freudiana”, editó la primera parte en 1921; pero unos años más tarde Groddeck trató de darle una continuación que, según todos los indicios, nunca terminó. En esta edición el lector encontrará ambas partes según la reedición que hizo en Alemania en 1971-.